LA MANZANA DAÑADA
Alejandro Carrión.
Los
refranes populares tienen una connotación y trascendencia singular porque
sintonizan aquella omnisciencia, aquel saberlo todo y conocerlo todo, que se
profundiza en el inconsciente colectivo con innumerables adagios difundidos a través de los tiempos, divulgados
de generación en generación, que se transmiten y dejan una huella profunda en
los saberes de la gente sencilla, marginada, que aunque no sepa leer y
escribir, tiene ideas diáfanas, acumuladas y heredadas alrededor del
significado del habla habitual del pueblo.
“Una
manzana dañada, pudre al resto” se escucha comúnmente, sobre todo, en medios
escolares. ¿Será que en el inconsciente colectivo subyace aquel realismo
fantástico que retrata a un gusano que corroe a las frutas sanas? ¿Será que el
entorno está rodeado de manzanas dañadas?
Probablemente,
el niño que sentía en el fondo de su conciencia el sentimiento de culpa por
haber recibido la Santa Comunión después
de haber comido uno que otro grano de tostado dulce, permite reflexionar, desde
el punto de vista sociológico que siempre los más inocentes caminan por el
mundo con una carga emocional que impulsa a la humanidad, que cual “Don Quijote de la Mancha”, se dirige hacia
aquel “andar
por el mundo enderezando entuertos y desfaciendo agravios”.
El niño,
arrodillado al pie de los altares, aunque le duelan las rodillas, sobre las duras tablas, permanece aterrado,
con un sentimiento de profunda culpa que lo enferma, porque piensa que no
existe la redención sin antes confesarse, inspira infinita ternura porque
recoge la candidez de la infancia, la época más feliz para soñar, para volar en
alas de la imaginación, por la celestial morada de los ángeles.
La
narración es el retrato de las manifestaciones socio culturales de una época
que retrata un entorno que quizá se manifestó hasta la década de los años
cincuenta, cuando la realidad estaba matizada de fantasía; pero, en la que
subyace un ancestral sentimiento de culpa. Por otro lado, “La manzana dañada”, rememora
una etapa que se vivió intensamente en un país católico por excelencia, rodeado
de tradiciones y elementos culturales que se pierden en la memoria, entre la
neblina que se filtra en el túnel del tiempo, donde, en medio de la obscuridad,
se difuminan las manifestaciones que
subyacen bajo las creencias religiosas, no solamente de la fronteriza y
castellana Loja, sino de la tierra andina con todo el ancestro heredado, que se
convierte en riqueza lingüística y costumbrista de la serranía ecuatoriana, en
la supervive la identidad y tradiciones propias y auténticas que se pierden
poco a poco, por el desentrañamiento que
rodea y aleja de la identidad cultural;
de aquella cosmovisión del pasado histórico, que cada pueblo jamás debe dejar
en las páginas del olvido.
Ena Ruth Espín López.
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