lunes, 4 de julio de 2016


LA MANZANA DAÑADA

 “…Cuando hay una manzana dañada en medio de las buenas, hay que echarla para que las otras no se contaminen”
Alejandro Carrión.


 
Los refranes populares tienen una connotación y trascendencia singular porque sintonizan aquella omnisciencia, aquel saberlo todo y conocerlo todo, que se profundiza en el inconsciente colectivo con innumerables adagios  difundidos a través de los tiempos, divulgados de generación en generación, que se transmiten y dejan una huella profunda en los saberes de la gente sencilla, marginada, que aunque no sepa leer y escribir, tiene ideas diáfanas, acumuladas y heredadas alrededor del significado del habla habitual del pueblo.

“Una manzana dañada, pudre al resto” se escucha comúnmente, sobre todo, en medios escolares. ¿Será que en el inconsciente colectivo subyace aquel realismo fantástico que retrata a un gusano que corroe a las frutas sanas? ¿Será que el entorno está rodeado de manzanas dañadas?

Probablemente, el niño que sentía en el fondo de su conciencia el sentimiento de culpa por haber recibido la Santa Comunión  después de haber comido uno que otro grano de tostado dulce, permite reflexionar, desde el punto de vista sociológico que siempre los más inocentes caminan por el mundo con una carga emocional que impulsa a la humanidad, que cual  “Don Quijote de la Mancha”, se dirige hacia aquel  andar por el mundo enderezando entuertos y desfaciendo agravios”.

El niño, arrodillado al pie de los altares, aunque le duelan las rodillas,  sobre las duras tablas, permanece aterrado, con un sentimiento de profunda culpa que lo enferma, porque piensa que no existe la redención sin antes confesarse, inspira infinita ternura porque recoge la candidez de la infancia, la época más feliz para soñar, para volar en alas de la imaginación, por la celestial morada de los ángeles.

La narración es el retrato de las manifestaciones socio culturales de una época que retrata un entorno que quizá se manifestó hasta la década de los años cincuenta, cuando la realidad estaba matizada de fantasía; pero, en la que subyace un ancestral sentimiento de culpa. Por otro lado, “La manzana dañada”, rememora una etapa que se vivió intensamente en un país católico por excelencia, rodeado de tradiciones y elementos culturales que se pierden en la memoria, entre la neblina que se filtra en el túnel del tiempo, donde, en medio de la obscuridad,  se difuminan las manifestaciones que subyacen bajo las creencias religiosas, no solamente de la fronteriza y castellana Loja, sino de la tierra andina con todo el ancestro heredado, que se convierte en riqueza lingüística y costumbrista de la serranía ecuatoriana, en la supervive la identidad y tradiciones propias y auténticas que se pierden poco a poco, por el desentrañamiento  que rodea  y aleja de la identidad cultural; de aquella cosmovisión del pasado histórico, que cada pueblo jamás debe dejar en las páginas del olvido.

Ena Ruth Espín López.

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