miércoles, 20 de julio de 2016

Tragedias portátiles - In memorian

Relato a partir del cuento:
IN MEMORIAN
De: Iván Egüez


Egüez  presenta a su personaje Alberto, un esposo que sabe que su mujer morirá o que ya no estará con él físicamente. De Violeta, su esposa, se dice poco. Incluso se podría saber más de su amante Lucy, que es una especie de reemplazo físico de Violeta, porque en el fondo ésta última es más importante en el cuento. El texto a continuación intenta pintar a la esposa, una minúscula aproximación a la mujer que se irá.
***
Me enteré que mi enfermedad es terminal y sombría hace dos meses. Solo me queda un mes, los doctores aseguran que incluso puede ser menos. Son los tres meses más importantes que he tenido en mucho tiempo. Otros meses importantes fueron aquellos en los cuales Alberto y yo nos enamoramos. Él me dijo que no imaginaba otra madre para sus hijas o hijos, yo estaba encantada con la idea de tener hijos e hijas juntos. Era como si en ellas lo cuidara a él, como si en ellas fuese a crecer el amor que nos sentíamos. Y fue así, nuestras hijas son hermosas, son él y yo juntos. Ojalá tuvieses más edad para lo que se les viene.
Acabo de decirle a Alberto que creo que es mejor que las niñas estén preparadas para cuando llegue el momento. Él ha intentado tomarlo con calma. Él conocía de las probabilidades de lo que pasaría, pero no le había dicho nada hasta hoy.
El reloj sobre la pared marca las diez con cuarenta y cinco minutos. Un hombre como Alberto, generalmente, ve alguna serie de televisión inglesa a esa hora. Ese día, el aparato estaba encendido en su cuarto, pero nadie prestaba atención a los sonidos o imágenes que se emitían. Alberto está sentado en un mueble que él y su esposa, Violeta, adquirieron cuando nació su primera hija. Siente como si el olor de la madera le transmitiera el olor a mujer embarazada, la piel de su mujer con la barriga hinchada rozando su mejilla, tal como lo hacía en los días de aquel amor que se manifestaba al inicio de su matrimonio. Sus pies le cosquillaban y él piensa en la orilla del mar, lugar donde pasaron vacaciones con Violeta cuando la ternura palpitaba a flor de piel, cuando no había cama que no se moviese por culpa de la consumación de su amor, de su deseo, también hicieron mover muebles, paredes, pisos, mesas, montañas, nevados, nubes, la luna, planetas. Ellos se sentían satélites en movimiento cuando se amaban. Alberto sientía calor en las palmas de sus manos y su mente se llenaba de todas las tazas de café que se tomaron con Violeta en las tardes frías de su ciudad. Cada café incluía una conversación sobre un libro, sobre los gustos por los hombres y mujeres de sus amigos, sobre los viajes que harían juntos. Ahora él solo puede viajar con su mente. Su espalda le pesa y en su memoria está Lucy.
No le dije que sé de su relación con Lucy. No importa, él tendrá que buscarse otra como yo para poder sostener y cuidar a nuestras hijas. Tampoco le dije que hablé con Lucy hoy en la mañana. Cuando la vi sentí fluía una lástima indescriptible, ella no se daba cuenta que su cuerpo, sus ideas, sus pensamientos tan básicos la han condenado a ser una distracción permanente de cualquier hombre. Si al menos detrás de su hermoso rostro y buen cuerpo tuviese ideas con algunos kilos de sentido por la existencia de vivir, pero no, su vida es una pluma, un estar en el mundo sin el peso necesario para saber por qué está viva. Piensa que lo mejor que puede hacer es hacer que un hombre se ocupase de ella, o en el mejor de los casos, preocuparse  de ese hombre, o dos hombres. Gusta ser objeto de deseo. La he juzgado, quizá mi prejuicio de saber que es la secretaria con la que se divierte mi marido me ha hecho verla tan simple; pero, nos hemos visto antes, busqué si ha hecho algo con su vida. El resultado fue: nada. Podría ser una femme fatale si entendiera lo que eso significa, pero no tiene la estatura mental para eso.
Sin embargo, no puedo juzgarla de verdad, yo me he vuelto muy sensible desde que supe que todo acabaría para mí. Desde hace dos meses solo tengo en mi cabeza la frase “Sal de la cama y mueve tus piernas”, de una de las bandas que escucha mi hija mayor, creo que se llaman Da Pawn. No he querido decir la noticia a nadie más que a Alberto, y él ha tenido suerte de ser el padre de mis hijas, de otro modo tampoco lo sabría.
Es verdad que ahora no puedo tolerar por mucho tiempo a Alberto; pero, vienen a mi memoria los tiempos amorosos; Las sábanas rodeando nuestros cuerpos, nosotros desgastando su tela, sus dedos sobre los míos, caminar por la avenida tomados de la mano. El mes que me queda no puedo volver hacer todo eso de nuevo, pero es como si sintiera sus manos con mayor intensidad. Me gustaba caminar con él. En serio, lo disfrutaba, fruto de ese disfrute son nuestras hijas, pero ahora que sé que me ha reemplazado por una mujer simple, él me estorba. En realidad tengo que tolerar sus recuerdos, los soporto porque es casi de lo único que hablamos estos días que me reúno con mis ex-compañeras de la universidad. Yo tolero los recuerdos de Alberto, ellas toleran los recuerdos de Eduardo, Francisco y de Enrique. Antes no nos reuníamos con tanta frecuencia, pero hablábamos mucho del futuro, de metas, de cómo alcanzarlas, o con quién. Ahora ellas hablan de eso, disfruto mucho de su compañía y las tolero también.
Javier Chiliquinga

lunes, 4 de julio de 2016


LA MANZANA DAÑADA

 “…Cuando hay una manzana dañada en medio de las buenas, hay que echarla para que las otras no se contaminen”
Alejandro Carrión.


 
Los refranes populares tienen una connotación y trascendencia singular porque sintonizan aquella omnisciencia, aquel saberlo todo y conocerlo todo, que se profundiza en el inconsciente colectivo con innumerables adagios  difundidos a través de los tiempos, divulgados de generación en generación, que se transmiten y dejan una huella profunda en los saberes de la gente sencilla, marginada, que aunque no sepa leer y escribir, tiene ideas diáfanas, acumuladas y heredadas alrededor del significado del habla habitual del pueblo.

“Una manzana dañada, pudre al resto” se escucha comúnmente, sobre todo, en medios escolares. ¿Será que en el inconsciente colectivo subyace aquel realismo fantástico que retrata a un gusano que corroe a las frutas sanas? ¿Será que el entorno está rodeado de manzanas dañadas?

Probablemente, el niño que sentía en el fondo de su conciencia el sentimiento de culpa por haber recibido la Santa Comunión  después de haber comido uno que otro grano de tostado dulce, permite reflexionar, desde el punto de vista sociológico que siempre los más inocentes caminan por el mundo con una carga emocional que impulsa a la humanidad, que cual  “Don Quijote de la Mancha”, se dirige hacia aquel  andar por el mundo enderezando entuertos y desfaciendo agravios”.

El niño, arrodillado al pie de los altares, aunque le duelan las rodillas,  sobre las duras tablas, permanece aterrado, con un sentimiento de profunda culpa que lo enferma, porque piensa que no existe la redención sin antes confesarse, inspira infinita ternura porque recoge la candidez de la infancia, la época más feliz para soñar, para volar en alas de la imaginación, por la celestial morada de los ángeles.

La narración es el retrato de las manifestaciones socio culturales de una época que retrata un entorno que quizá se manifestó hasta la década de los años cincuenta, cuando la realidad estaba matizada de fantasía; pero, en la que subyace un ancestral sentimiento de culpa. Por otro lado, “La manzana dañada”, rememora una etapa que se vivió intensamente en un país católico por excelencia, rodeado de tradiciones y elementos culturales que se pierden en la memoria, entre la neblina que se filtra en el túnel del tiempo, donde, en medio de la obscuridad,  se difuminan las manifestaciones que subyacen bajo las creencias religiosas, no solamente de la fronteriza y castellana Loja, sino de la tierra andina con todo el ancestro heredado, que se convierte en riqueza lingüística y costumbrista de la serranía ecuatoriana, en la supervive la identidad y tradiciones propias y auténticas que se pierden poco a poco, por el desentrañamiento  que rodea  y aleja de la identidad cultural; de aquella cosmovisión del pasado histórico, que cada pueblo jamás debe dejar en las páginas del olvido.

Ena Ruth Espín López.